El otro día me encontré a Anne, una antigua novia y amiga mía del instituto.
Le dije que apenas había cambiado, que se encontraba con cuarenta y dos años igual de guapa que cuando tenía veintidós.
Su larga melena rubia, sus ojos claros y su atractivo hacía que fuera la chica más perseguida del club de los eternos solteros célibes.
Me dijo que se había separado dos veces (¡que carrerón!) y tenía dos niños varones, fruto de su primer matrimonio. Pensaba para mis adentros lo torpe que fui que la hubiera conseguido para mí.
Se parecía a Charlize Teron, la del perfume J´adore.
Lo que ocurre que cuando le hablaba de mis ideas rurales y de mi rancho, no me tomaba en serio.
Ella era y es una mujer urbana. El campo le gusta para momentos inhabituales, esporádicos. Ella es fiel seguidora de Kiyosaki, ese gurú de las finanzas. Dice que con sus enseñanzas le ha ido bien, pero no me dijo más. Le di un fuerte abrazo y un beso en cada carrillo; quise darle un beso en la boca pero no me dejo y eso que me la lavo con Colgate y después mastico perejil.
En fin que se va a hacer.
En fin que se va a hacer.